Londres, 7 de diciembre
de 1934. Peter McQuency caminaba rápidamente por la calle, llegaba tarde al
trabajo, lo peor que podía hacer un gran magnate como él. Cuandopensaba en lo
que pensarían sus súbditos por esa tardanza, en la puerta de una iglesia, una
niñita rubia con un camisón y con una tacita de latón en sus pequeñas y pálidas
manosy mirándolo con sus tristes ojos grises, fríos como el hielo, le dijo con
una frágil voz:
- Perdone, buen señor,
llevo dos días sin comer, ¿me puede dar alguna limosna, por favor?
Entonces John se
encolerizó, no iba a darle parte de su sueldo a una asquerosa niña vagabunda,
por lo que le dijo:
- ¿Qué dices, niña?
¿Cómo se te ocurre siquiera dirigirle la palaba a John Smith, el gran empresario?
¡Fuera de aquí, asquerosa sabandija!
Y en ese momento, a la
niña se le ensombreció la cara, y de pronto su melodiosa voz se convirtió en un
escalofriante grito:
-
¡Sufrirás las consecuencias de esa actitud! – Entonces se marchó enfurecida. Un
escalofrío le recorrió la espalda a John, pero hizo caso omiso y siguió
caminando para llegar a tiempo al trabajo. En cuanto llegó allí empezó a dar
órdenes a sus empleados, que se pusieron a trabajar al instante. Llegó la tarde,
y como había llegado después de su hora, se tuvo que quedar a trabajar hasta
por la noche, mientras que la jornada laboral de sus trabajadores ya había
finalizado hacía tiempo. Terminó el trabajo a las once y media de la noche,
cerró la oficina y se fue a su casa.
Cuando
llegó, escuchó unos ruidos en su cuarto se acercó a la cama, se acostó y justo
antes de dormirse sonó la alarma y la miró. Eran las doce. Entonces notó que
algo tiraba de la otra parte de la sábana, y en ese momento miró. Sus ojos se
desorbitaron, la sangre se le heló, y el corazón se le paró. Al otro lado de la
cama había cuatro mugrientas y largas uñas desgarrando la sábana. La mano venía
de debajo de la cama. Entonces escuchó un sonido como agua cayendo, miró a la
pared y la vio toda llena de sangre. Se volvió para mirar las uñas de nuevo y
no estaban, aterrorizado, se quedó mirando la cama desde la otra esquina de su
habitación, y entonces la cama comenzó a temblar y de debajo salió un cuerpo de
una mujer rubia totalmente despeinada con un camisón desgarrado que se quedó
levitando, y dijo:
-
¡Soy la pequeña niña que te ha pedido limosna esta mañana! Si no me pagas con
limosna, ¡pagarás con tu vida!
Y
mostrando sus afiladas uñas se acercó y…
Al
día siguiente de esta terrible historia, los trabajadores de John Smith, al no
verlo en la oficina llamaron a la policía, que cuando llegó a su casa, lo único
sospechoso que encontraron fueron varios céntimos sangrientos en su mesilla de
noche.